martes, 15 de febrero de 2011
¿Qué va a querer, mi amor? Pregunte, sin compromiso
¿Y en cuánto menos me lo deja? Era la pregunta que mi madre le hacía a las señoras que con su gracia o incómoda insistencia ofrecían sus productos en el Mercado Central de San Salvador. Mis padres y yo íbamos todos los domigos, hasta que mi hermana y yo protestamos. El ritual del licuado, después de las compras, ya no eran suficiente atractivo. Ya no competían con los amigos de la colonia que se volvieron más importantes. A fuerza de escucharla, aprendí de mi madre a regatear. Aprendí a saludar con el "mi amor" y "mi reina" que hacía del tira y encoje de los precios un asunto hasta cariñoso. Aprendí a ir con las mismas vendedoras, de quienes conocíamos a su familia y para navidades nos regalaban un calendario o alguna fruta de más.
Unos años después volví a recorrer, con ilusión, los pasillos del mercado. La madre de mi primer novio tenía un puesto en los comedores. Entre clientes agradecidos por el sabor de sus comidas y su potente sonrisa estaba fascinada con su gracia. Soñaba con caerle bien a la que era mi suegra perfecta. Ese amor adolescente terminó, pero no las visitas al mercado.
Empecé a trabajar en un centro de educación especial. Mi tarea era administrar la despensa para que los talleres de cocina, costura, panadería y carpintería tuvieran siempre el material necesario. Había que buscar buenas cosas y baratas. El lugar perfecto: el mercado central. La niña Mari, Don Beto, la comadre Marta, los de la Cabaña... uno a uno mis vendedores preferidos. Que si subieron los tomates, que si ahora los huevos están mas grandes, que si el niño está saliendo mal en la escuela, que si el marido se fue para los "Estados" y primero Dios llegue con bien. Entre regateos e historias nos fuimos conociendo. Si no podía ir el día habitual a las compras, cuando llegaba me preguntaban si algo me había pasado. Si me veían muy cargada de bultos, me ofrecían cuidármelos mientras terminaba de comprar lo que faltaba. Si se acercaban las navidades, ya tenían reservado mi regalito. Cuando se me pasaba la mano en el regateo, soltaban una reflexión y reclamo de cómo todo estaba cada vez más caro y cada vez les traía menos cuenta el negocio. Cuatro años trabajé en el "Centro Progreso" y en esos cuatro años, una vez por semana, repasaba mi ritual en el centro de San Salvador.
Al cambiar de trabajo solo sabía del mercado y del centro cuando aparecían en televisión. Desorden, peligro, suciedad, protestas, toma de espacios públicos y una larga lista de problemas vienen a la mente de quienes conocen el centro solo con lo que sale en los medios. Todas las ciudades muestran las contradicciones y los problemas de los modelos de desarrollo por el que optan las sociedades . Eso dicen quienes reflexionan lo urbano. Es cierto. Lo vio Walter Benjamin en la París del siglo XIX, alegoría y encarnación física de la modernidad. Lo vio Richard Sennet en su hermoso recorrido por las ciudades que han llevado a las nuestras a ser lo que son. Lo vio Ítalo Calvino al imaginar la ciudad de ciudades soñadas, vividas, gozadas y sufridas. En cada una de estas miradas somos testigos de las luces y las sombras de la ciudad.
Aunque nos empeñemos en ver el lado más oscuro de nuestro presente, dice Benjamin que en cada instante se enciende la chispa de esperanza y con ella la redención. Esa chispa se me encendió al ver "La fábrica de empleos", excelente trabajo fotográfico de Mauro Arias, fotoperiodista de El Faro. Es cierto que los problemas son inmensos. Es cierto que las ciudades centroamericanas encarnan las contradicciones del modelo económico desigual e injusto que se ha impuesto en nuestros países. Pero también es cierto que allí sobrevive lo que nos salva: allí sobrevive lo humano, las historias, las memorias. Allí sobrevive el orgullo de haber sacado los estudios de los hijos, la resistencia de mantener un negocio aunque los análisis económicos vaticinen catástrofes.
Es una buena noticia para todos que los medios de comunicación nos muestren cuántos otros rostros e imágenes caben en el San Salvador que nos cuentan. Solo reconociendo las luces y las sombras de nuestra ciudad podemos hacer nuestra la resistencia, el orgullo, la lucha por ser felices de tantos, perdidos en el caos que vemos los que estamos fuera. Espacios de memoria que Walmart no podrá ofrecer, aunque venda la ilusión de limpieza, orden y seguridad que tanto soñamos en momentos de angustia.
* Foto de Mauro Arias, de la Fotogalería "La fábrica de empleos", Elfaro.net
Etiquetas:
ciudad,
Cultura popular,
memorias,
Walter Benjamin
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