jueves, 21 de julio de 2011

Desarraigos







Cuando salí de mi país, sabía que iba a echar de menos todo, pero no podía saber cuánto. ¿Cómo se mide la añoranza, el miedo a lo desconocido, el cambio completo de rutinas? Trabajé en lo que me gusta hacer, entrevistar y hablar con gente, hasta unas horas antes de tomar el avión. Yo sabía que venía a una especie de retiro. Debía poner en orden todo lo que aprendí antes y vivir con mayor plenitud el proyecto compartido que inicié años atrás.

Salí con la certeza que estaría fuera del país por un tiempo. No sabía cuánto. Un amigo que decía leer el destino en las líneas de las manos, leyó las mías varias veces. Siempre me dijo que iba a vivir fuera. Nunca le creí. Aunque viajar siempre me gustó, nunca pensé dejar El Salvador por tanto tiempo. Sin embargo, ya llevo un año y 8 meses de estar acá.

Los días han pasado rápido y ahora sí puedo decir cuánto se echa de menos todo lo que uno deja atrás. Hay días que se tiene más saudade que otros. Uno de esos días de profunda añoranza, una amiga, acompañándome en skype, con cariño y paciencia comparó el momento que vivía con una planta que, arrancada desde la raíz, la trasplantan a otro lugar. La imagen le puso palabras a lo que estaba sintiendo en ese momento. Es cierto. Me sacaron desde la raíz. Todo lo que me sujetaba estaba allá. Familia, amigos, trabajo, proyectos: mis anclas. Aunque nunca he estado sola, mis raíces aún no sabían muy bien cómo sujetarse a esta nueva tierra.

Esa imagen, la de la planta desarraigada, me quedó en la mente y en el corazón. A los días de esa conversación, empecé como voluntaria en una organización que atiende situaciones de abuso doméstico. La primera tarea que pidieron a los voluntarios fue ayudar con el jardín de uno de sus albergues (uno de los más grandes del país, por cierto). Yo me encargé de trasplantar unas pequeñas plantas alrededor de unos arbustos. De jardinería, lo más que hice en El Salvador fue regar las plantas. Sin saber muy bien cómo, pero conmovida por la fragilidad de esas plantitas, removí la tierra con el mayor cariño que pude. Saqué astillas de decoración, piedras, arena hasta que di con la tierra. Allí sentí las raíces del arbusto que debía rodear con las plantitas. Despejé solo el espacio necesario para que las pequeñas raíces de la plantita pudieran afianzarse. Con cada planta, deseaba desde lo más profundo de mí que pudieran arraigarse nuevamente. Terminó la jordana.

Hace un par de semanas regresé al albergue. Lo primero que hice fue ver las plantitas que sembré bajo los arbustos. Allí estaban, verdes y floreciendo.

La vida es maravillosa. Vivimos momentos de profundos desarraigos, pero nuestras raíces siempre tienen la posibilidad de sujetarse a nuevas tierras. Poco a poco el territorio al que lleguemos irá siendo nuestro y, lo más importante, por nuestra savia siempre recorrerá la vida y la energía que nos dio la tierra de la que venimos.

Agradezco a la vida saberme acompañada por los anclajes que siempre me esperan en mi país y por los nuevos rostros e historas que le ayudan a mis raíces empezar a florecer acá.